Existe una verdad ineludible cuando hablamos de planificación financiera: no decidir nada supone también tomar una decisión. Y cuando se trata de la jubilación, posponer el ahorro tiene un coste que puede ser oculto, pero muy real. En este caso, no tomar ninguna decisión previa puede traducirse, en última instancia, en contar con menores cuotas de bienestar cuando dejemos la vida laboral y entremos en una etapa de la vida en la que los ingresos activos ya no estarán presentes.
Muchas veces subestimamos el impacto que tiene dejar pasar el tiempo sin tomar acción. Es verdad que en la treintena o incluso cuando alcanzamos los cuarenta, se puede percibir la jubilación como un periodo muy lejano. Pero cada año que pasa sin comenzar a ahorrar es un año perdido a la hora de tratar de acumular un capital que nos ayude a mejorar nuestro nivel de vida en el futuro. Además, esta pérdida de oportunidades con el paso del tiempo no se compensa fácilmente: empezar a ahorrar más tarde implica tener que hacer aportaciones mucho más altas para alcanzar un objetivo similar, lo que puede generar una presión financiera innecesaria en etapas más maduras de la vida.
Pongamos un ejemplo concreto. Supongamos dos personas con el mismo objetivo: jubilarse a los 67 años y disponer de un capital suficiente para complementar su pensión pública. Una de ellas comienza a ahorrar 100 euros al mes a los 30 años; la otra espera hasta los 40 para hacer exactamente las mismas aportaciones mensuales. La diferencia de capital acumulado al llegar a la jubilación podría superar el 50%, aun cuando ambas hayan sido constantes en su esfuerzo. ¿La razón? Diez años más de aportaciones y, sobre todo, diez años más de rentabilidad acumulada. El interés compuesto premia al que empieza antes, no necesariamente al que más ahorra. Por tanto, cada año de retraso tiene un coste tangible, aunque no lo percibamos de forma inmediata.
Este “coste invisible” se vuelve aún más relevante si consideramos el contexto demográfico y económico actual. La sostenibilidad del sistema público de pensiones está en entredicho, debido al envejecimiento de la población y al aumento de la esperanza de vida. Vivimos más años, lo que implica jubilaciones más largas y necesidades financieras más prolongadas. De momento, las pensiones públicas se están manteniendo en niveles muy elevados, en comparación con otros países de nuestro entorno, tomando como referencia la media del último salario. Pero no podemos asegurar que eso se vaya a mantener en el tiempo. Contar únicamente con el sustento de la pensión pública podría no ser suficiente para mantener el poder adquisitivo mantenido durante la vida activa.
Empezar cuanto antes permite distribuir el esfuerzo de forma más suave a lo largo del tiempo. No se trata de hacer grandes sacrificios, sino de adquirir un hábito: automatizar aportaciones mensuales a un plan de pensiones, aunque sean modestas, es una estrategia eficaz y realista. Además, estos productos cuentan con incentivos fiscales que permiten reducir la base imponible del IRPF, lo que supone un beneficio inmediato mientras se construye un capital para el futuro.
«cada año de retraso tiene un coste tangible, aunque no lo percibamos de forma inmediata»
Contar con una estrategia diversificada también es clave. La buena noticia es que existen alternativas para trazar el mejor plan de ahorro, en función de las circunstancias personales, el horizonte temporal, perfil de riesgo y nivel adquisitivo.
En definitiva, cuando pensamos en la jubilación, hay que tener claro que no hacer nada también tendrá consecuencias. cuesta. Planificar hoy es ganar libertad mañana. Porque el verdadero valor del ahorro no está solo en lo que se aporta, sino en cuándo se empieza.

Juan Manuel Mier, experto del Observatorio Inverco

